sábado, 27 de febrero de 2010

En casita...



Este finde los planes se los ha llevado la ciclogénesis.

martes, 23 de febrero de 2010

Diez años después.

Hace seis días M. cumplió los 30 así que este finde me acerqué hasta su pueblo para celebrarlo con ella y sus colegas.

Conocí a M. en primero de carrera. Un par de años mayor que el resto, era la más responsable. M. era la hija perfecta, la nuera que toda suegra quisiera tener.
Aquel año M. cumplía los veinte y de aquella noche aún recuerdo retales que se agolpan desordenados en mi cabeza: un insano local al fondo de una oscura galería, litros de calimocho pagados en pesetas, la vuelta al piso gritando afónicas nuestra máxima por aquel entonces: “¡Rollos si, novios no!”, “Rollos sí, novios no!”... inspirada en aquella otra de "¡Hijos sí, maridos no!" que la Pasionaria reivindicó en una Epaña republicana.

“Rollos sí, novios no!”, “Rollos sí, novios no!"... Así celebramos los veinte de M. una noche cualquiera de mediados de Febrero. No sé porque aún la recuerdo, tal vez por ser una de las primeras en aquella cuidad por descubrir, tal vez por la emoción desprendida de la libertad recién estrenada.

El sábado nos reunimos en un local lounge y en vez de vino barato bebimos cubatas en vaso ancho de cristal. Pero para que les voy a engañar, fue una fiesta árida, aburrida en exceso. Me encontraba extraña, incómoda. Apenas conocía a nadie e iba pululando de conversación en conversación sin apenas pronunciarme, mi cabeza estaba en otra noche, en aquello que hace diez años repetíamos sin parar: ”¡Rollos si, novios no!". La consigna era clara: la veintena para hartarse de follar, las relaciones para la treintena.

Al terminar la noche me despedí de M. sin atreverme a comentarle todo aquello que no podía dejar de recordar. Estaría bien apurarnos entre risas una última copa que nos alentara a volver a gritar aquella frase diez años después. Podría resultar gracioso... o tal vez no... M. sigue siendo la hija perfecta y desde hace seis años la novia de ensueño que hace afortunado a una chico no menos ejemplar. Hipotecados hasta la médula, M. consume sus días entre temarios de oposición que aún se le resisten mientras cuida que quede cerveza fría para ese novio paciente que tan altruistamente la mantiene.

Pasados diez años M. y yo no conservamos la misma confianza. Al menos no la suficiente para contarnos con franqueza qué pensamos de las vidas que hemos ido construyendo a lo largo de esta década, de si se parecen en algo a la que por aquel entonces imaginábamos.
Es obvio que hace tiempo que M. olvidó lo que algún día prometimos y puede que le sobren los dedos de una mano para contar con cuantos se hartó de follar en la veintena. Puede incluso, quién sabe, que la treintena le depare un mal trago y se despierte un día asfixiada en una relación consumida por los años. Pero que más da... M. ayer estrenaba la treintena con un entusiasmo envidiable, sin el más mínimo temor a nada ni a nadie... Quién sabe... tal vez M. haya acertado al olvidar... Y yo me asusto. Me asusto por haber creído aquellas palabras durante todos estos años. Me asusto porque veo como a mi también se me acerca la treintena sin haberme hartado de follar y sin, mucho menos, haber reunido el mínimo valor que toda relación exige.

martes, 9 de febrero de 2010

Cruel verdad.

<< En la vida puede ocurrir todo, y siempre casi nada>>.

Michel Houellebecq. “Plataforma”.

miércoles, 3 de febrero de 2010

Nunca digas nunca.

Tengo un amigo cuya única motivación en la vida parecen ser las series americanas. Las ha visto de todo tipo y condición aunque las de forenses, agentes y abogados parecen ser sus favoritas.
E., así es como se llama, lo tienen todo calculado. Sabe que si no se retrasa en la comida le da tiempo a ver un capítulo entero antes de volver al curro y que en una tarde de sábado o domingo puede llegar a los seis, siempre y cuando consiga convencer a su paciente novia de que lo mejor es quedarse en casa una tarde más.
He discutido mucho con E. sobre esto, comprendía que le gustasen pero llegar a tal extremo me parecía patológico.
Desde hace unos días lo entiendo mejor, creo que yo también me he enganchado. Y como si se tratase de un novio egocéntrico y adictivo, me siento absorvida por una cochina serie americana en la que capítulo tras capítulo un puñado de ricachones apuran sus vidas junto a parejas que sacan el hipo, lofts de ensueño y coches que jamás tendré. ¡Mierda!